jueves, 17 de febrero de 2011

¿Recuerdas cuando éramos niños y creíamos en los cuentos de hadas?

¿Aquella fantasía de cómo sería tu vida?

Ya sabes, lo de el príncipe azul, ese que te llevará a un castillo en medio del monte. Ser felices y comer perdices.

Te acostabas por las noches, cerrabas los ojos y tenías una fe absoluta.

Los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, el príncipe azul, estaban tan cerca que les podías sentir, tocar, oler...

Pero, poco a poco creces y, un día, abres los ojos y el cuento de hadas desaparece. ¡Chas! Se esfuma bajo una cortina de humo.

Cuando somo mayores la mayoría de la gente acudimos a las cosas y a las personas en quien podemos confiar. Lo que ocurre es que es difícil (mucho, creéme) dejar totalmente a un lado ese cuento de hadas.
Porque casi todo el mundo, todavía, tenemos ese pequeño gramo de ilusión, de fe, de que algún día abriremos los ojos y todo se hará realidad.



Al final del día, por la noche sobre todo, la fe es algo curiosa. Como un misterio. Se presenta cuando menos te la esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que el cuento de hadas puede ser un poco diferente de lo esperado. El castillo, bueno, puede no ser un castillo, y no es tan importante ser felices y comer perdices para siempre. Solo que seas feliz en este momento.

A veces, cada cierto tiempo. O, una vez cada luna llena. O, una vez en tu vida, la gente te sorprende...


Pero hay veces, escasísimas eso sí, en las que la gente puede sorprenderte hasta tal punto de dejarte sin respiración...




-A.Grey-

martes, 1 de febrero de 2011

Repitiendo.

Hace dos inviernos pude disfrutar en Murcia de la gira especial por el 10º aniversario. Quique Gonzalez y la Aristocracia del barrio se llamaban por aquel entonces. Invitados especiales como Rebeca Jiménez y Carlos Raya estuvieron arriba del escenario compartiendo grandes canciones con los pocos que estábamos allí.

Después del concierto, Quique y el resto se dejaron fotografiar, hacer preguntas y demás cuestiones que queríamos los incansables (o borrachos) que deambulábamos todavía por la sala, menos mal que el señor A. supo echarme un capote frente a mi seria continencia verbal.

Mañana repito. Sí. Tengo ganas, muchas. El lugar no es el mismo, por supuesto. Ni la banda, ni la ciudad, ni las canciones, ni la gente con la que voy y seguramente que Quique ya se esté acostumbrando a la fama y a ser archiconocido (de ahí la millonada de las entradas) Pero... hay algo que me empuja a ir siempre que pueda a un concierto suyo.


Y quiero, otra copa, otro abrazo, otra salvación en medio de mi naufragio lingüístico y otras muchas fotos.







" Subo la montaña, que se oculta tras el vuelo de tu falda..."