domingo, 27 de marzo de 2011

Ayer te ví.

Había vuelto a la ciudad por vacaciones. Era primavera, pero el día había amanecido gris y las nubes amenezaban tormenta.
No podía seguir en casa. No paraba de darle vueltas a la habitación. Ocho, creo que fueron. Coloqué y descoloqué mil y una veces lo poco que todavía tenía allí. El ordenador llevaba encendido casi cuatro días, en realidad, no sé porqué ni para qué. O tal vez sí.

Vaqueros, botas y jersey a rayas. También el chubasquero rojo que me regaló mi tía, la de Moscú.

Abrí la puerta del portal y una ráfaga de viento me descolocó el flequillo por completo. Me dio igual.
Caminé sin rumbo. No sabía donde ir, ya no tenía a nadie a quien ir a molestar, ni nadie con quien tomarme un café, tampoco a nadie con quien tirarme en el césped viendo las nubes pasar. Todo el mundo había huido hacia una vida mejor. Incluso tú.
Llegué al centro, me recorrí todos los escaparates y decidí seguir andando. Unos pasos más adelante vi que habían abierto una cafetería nueva. De esas con lámparas de colores, una gran barra de madera, y una gran cafetera. Imitando los antiguos cafés. Sí, de esas que me gustan a mí.

Y... allí te ví. Estabas de pie en la barra, con aquella chica que conociste hace tres años y medio. Ni el más mínimo detalle había cambiado en tí. Seguías igual o, incluso, más joven. El paso de los años te sentaba bien. Supongo, que las vacaciones eran el motivo por el cual tú también habías regresado a la ciudad.
Procuré sentarme en una mesa no muy lejana, donde veía tus movimientos y tus gestos, desde donde un par de veces pude escuchar tus risotadas.

Cerré los ojos. En ese momento, pude recordar tu olor, las tardes de invierno bebiendo cerveza, y las de verano jugando al futbolin, tus horribles dedos de los pies, una noche de San Juan, las siestas con el ventilador a diez centímetros de la cara después de habernos hecho el amor hasta deshidratarnos, las canciones de Bunbury y las películas a altas horas de la madrugada.
Pero, todo aquelló terminó. Acabó de la manera más tonta posible. Me la jugué, mucho, muchísimo y perdí.

Terminaste tu solo con hielo y la cogiste de la cintura. Le colocaste el pelo. Antes de salir por aquella puerta de cristal, te giraste y me guiñaste un ojo. Jugueteando, como siempre me hacías antes.

Me levanté y fui a pagar a la barra. Al mismo sitio donde hacía dos minutos habías estado tú. Algo me llamó la atención. Un suave punteo en mi hombro:

- "Perdona, ¿vienes mucho por aquí?"