martes, 26 de julio de 2011

Palabras

Tiene usted derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede ser utilizado en su contra

Sois capaces de enamorar, convencer, odiar, animar, desear, joder, dar aliento, entristecer y un sinfín de cosas más.
A través de vosotras se ha conseguido todo lo que se puede imaginar. Sois bellas y necesarias, pero también, un arma de doble filo.

A mí me jugáis malas pasadas. Por eso, igual, soy de pocas palabras. Los que me conocéis sabéis que puedo estar horas callada, sin decir nada.

Cada vez que voy a hablar contigo, tengo miedo. Miedo a no encontraros, a no saber utilizaros correctamente, a herir con vosotras, a provocar rechazo y llegar a rozar el odio.
Es un esfuerzo infinito, una búsqueda en lo casi imposible.

Lo intento la mayoría de los días, otros me dejo llevar, pero hay una jodida piedra que siempre me hace tropezar una y otra vez. Esa que no me deja levantarme, ni avanzar, ni ser quien yo quiero ser.

No sé que hacer, de verdad.

¿Tienes un reloj del tiempo? Quiero volver a aquellos días en los que dabais igual. Os utilizaba a mis anchas, sin darle importancia a tus reacciones. Te hacían gracia. No había dobles sentidos, triples interpretaciones ni cuádruples enfados.

Creo que cada día os utilizaré menos, estáis dejando de gustarme, empiezo a cansarme de vosotras, estoy harta de que por vuestra culpa esté perdiendo día a día cosas valiosas y, en los tiempos que corren no quiero ni tampoco puedo permitirme ese lujo.

Llámame cobarde, si quieres, por teclearlo.

Y es que ya se sabe: con la boca cerrada no entran moscas...

domingo, 19 de junio de 2011

Vuelva usted mañana.

Sentí que alguien desconocido metía una mano en mis entrañas, las removía hasta encontrarlo, y entonces me lo arrancaba de cuajo. El corazón. Lo ví morir encima de una mesa de operaciones, latiendo cada vez más débilmente hasta que paró.
Y por dentro, vacío. Hueco. Espacio. Nada. Absolutamente nada. Creo recordar que no sentí dolor, pero sí vulnerabilidad. Era frágil y tus palabras eran disparos a bocajarro. Ojalá hubiera pedido a los Resye Magos un chaleco antibalas. Dos lágrimas recorrieron toda mi cara hasta caer al pantalón. Sólo.

Una vez me dijeron: mira niña, cuándo realmente quieras a una persona (sea quien sea) con todas tus fuerzas, con el corazón y el sentimiento sea verdadero no te importará nada, serás capaz de perdonar y dar otra oportunidad.
Y, cuándo esto sucede, no te saturas, no se necesita tiempo para estar tranquilo, no quieres distanciarte, no dices que nunca jamás volverás a ser cómo has sido hasta ahora.


Me has cerrado tus puertas. Tenían horario como si de una oficina del INEM se tratara. De 8h. a 14h.
Tengo la impresión de que he estado llegando todos los días cinco minutos antes de que cerraras, alargando tu jornada de trabajo.
Hace unos días cuando fui, como de costumbre, me encontré un cartel: Vuelva usted mañana.


Pero... mañana... a lo mejor, estoy durmiendo.


miércoles, 8 de junio de 2011

Al borde del abismo veraniego.

Despierta, pequeñita, es junio. Has estado durmiendo todo el invierno, esperando. Las escuelas cierran y las terrazas abren. Ya puedes ir descalza y pintarte las uñas de ese color que tanto te gusta, el rojo. La gente se echa a la calle con la necesidad imperiosa de buscar el calor y la compañía. ¿No los oyes? Son días de decir hasta luego, de cerrar libros y ciclos, y de soñar con un verano maravilloso.

"Este va a ser el mejor verano de toda mi vida" nos prometemos algunos, cerrando con fuerza los ojos hasta casi hacernos daño y ver estrellitas de colores.
Cuando hago esto, casi siempre, me imagino en un cadillac descapotable, como las mujeres de las películas antiguas, con un pañuelo de lunares en la cabeza, los labios rojos y unas gafas de pasta negra y el viento despeinando mis rizos. Recorriendo carreteras secundarias. Siendo tu compañera de viaje.


Volverá, volveréis y volverán las tardes interminables de piscina y cerveza, las siestas en el sofá de casa de mis abuelos, el cine de verano, los banquetes nocturnos, las copas cualquier día de la semana y las pelis a altas horas de la madrugada, y quién sabe si algún beso robado en un rincón de una calle cualquiera.

Una huída hacia delante. Esa era la teoría en septiembre del año pasado. Suspenso. Intentaremos probar suerte otra vez. Mientras, cuatro meses por delante para disfrutar y olvidar, pensar y recapacitar, ver errores e intentar repararlos.

Estoy convencida. Volverás tu también. Lo sé. Y si no... me iré a vivir al Himalaya.

jueves, 21 de abril de 2011

Porque si te tomas tus vitaminas y, pagas tus impuestos y no te cuelas en las colas del supermercado...

El Universo, te sigue dando gente a la que querer que luego deja que se te escapen otra vez.


Y, entonces ¿Qué te queda?


Vitaminas y nada.




- Oye, y tú que tienes un blog tan chulo. ¿Cada cuanto escribes?
- No sé... no me obligo. Cuando tengo que contar algo, o me siento mal, o veo la necesidad de explicar algo sin involucrar a nadie me siento delante del ordenador y lo hago.



Creo, que seguiré desvelandoos más secretos.
Como ya os dije, cuando era pequeña era capaz de volverme invisible. También fabricaba besos de sabores. Los tenía de: chocolate, menta, melocotón, nata (que eran mis favoritos) y fresa. A veces se me acababan y decidía que no quería seguir repartiendo besos y a veces hacía tantos que terminaban por caducar.

martes, 5 de abril de 2011

Cuando era pequeña, era capaz de volverme invisible.

Me tapaba la cara con las manos y desaparecía. Era facilísimo y me encantaba. A través de una pequeña rendija que dejaba podía ver todo lo que pasaba a mi alrededor sin que nadie notara que yo estaba allí.



Ahora, hay veces en las que daría lo que fuera por poder seguir haciendo lo mismo. Como anoche.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ayer te ví.

Había vuelto a la ciudad por vacaciones. Era primavera, pero el día había amanecido gris y las nubes amenezaban tormenta.
No podía seguir en casa. No paraba de darle vueltas a la habitación. Ocho, creo que fueron. Coloqué y descoloqué mil y una veces lo poco que todavía tenía allí. El ordenador llevaba encendido casi cuatro días, en realidad, no sé porqué ni para qué. O tal vez sí.

Vaqueros, botas y jersey a rayas. También el chubasquero rojo que me regaló mi tía, la de Moscú.

Abrí la puerta del portal y una ráfaga de viento me descolocó el flequillo por completo. Me dio igual.
Caminé sin rumbo. No sabía donde ir, ya no tenía a nadie a quien ir a molestar, ni nadie con quien tomarme un café, tampoco a nadie con quien tirarme en el césped viendo las nubes pasar. Todo el mundo había huido hacia una vida mejor. Incluso tú.
Llegué al centro, me recorrí todos los escaparates y decidí seguir andando. Unos pasos más adelante vi que habían abierto una cafetería nueva. De esas con lámparas de colores, una gran barra de madera, y una gran cafetera. Imitando los antiguos cafés. Sí, de esas que me gustan a mí.

Y... allí te ví. Estabas de pie en la barra, con aquella chica que conociste hace tres años y medio. Ni el más mínimo detalle había cambiado en tí. Seguías igual o, incluso, más joven. El paso de los años te sentaba bien. Supongo, que las vacaciones eran el motivo por el cual tú también habías regresado a la ciudad.
Procuré sentarme en una mesa no muy lejana, donde veía tus movimientos y tus gestos, desde donde un par de veces pude escuchar tus risotadas.

Cerré los ojos. En ese momento, pude recordar tu olor, las tardes de invierno bebiendo cerveza, y las de verano jugando al futbolin, tus horribles dedos de los pies, una noche de San Juan, las siestas con el ventilador a diez centímetros de la cara después de habernos hecho el amor hasta deshidratarnos, las canciones de Bunbury y las películas a altas horas de la madrugada.
Pero, todo aquelló terminó. Acabó de la manera más tonta posible. Me la jugué, mucho, muchísimo y perdí.

Terminaste tu solo con hielo y la cogiste de la cintura. Le colocaste el pelo. Antes de salir por aquella puerta de cristal, te giraste y me guiñaste un ojo. Jugueteando, como siempre me hacías antes.

Me levanté y fui a pagar a la barra. Al mismo sitio donde hacía dos minutos habías estado tú. Algo me llamó la atención. Un suave punteo en mi hombro:

- "Perdona, ¿vienes mucho por aquí?"

jueves, 17 de febrero de 2011

¿Recuerdas cuando éramos niños y creíamos en los cuentos de hadas?

¿Aquella fantasía de cómo sería tu vida?

Ya sabes, lo de el príncipe azul, ese que te llevará a un castillo en medio del monte. Ser felices y comer perdices.

Te acostabas por las noches, cerrabas los ojos y tenías una fe absoluta.

Los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, el príncipe azul, estaban tan cerca que les podías sentir, tocar, oler...

Pero, poco a poco creces y, un día, abres los ojos y el cuento de hadas desaparece. ¡Chas! Se esfuma bajo una cortina de humo.

Cuando somo mayores la mayoría de la gente acudimos a las cosas y a las personas en quien podemos confiar. Lo que ocurre es que es difícil (mucho, creéme) dejar totalmente a un lado ese cuento de hadas.
Porque casi todo el mundo, todavía, tenemos ese pequeño gramo de ilusión, de fe, de que algún día abriremos los ojos y todo se hará realidad.



Al final del día, por la noche sobre todo, la fe es algo curiosa. Como un misterio. Se presenta cuando menos te la esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que el cuento de hadas puede ser un poco diferente de lo esperado. El castillo, bueno, puede no ser un castillo, y no es tan importante ser felices y comer perdices para siempre. Solo que seas feliz en este momento.

A veces, cada cierto tiempo. O, una vez cada luna llena. O, una vez en tu vida, la gente te sorprende...


Pero hay veces, escasísimas eso sí, en las que la gente puede sorprenderte hasta tal punto de dejarte sin respiración...




-A.Grey-

martes, 1 de febrero de 2011

Repitiendo.

Hace dos inviernos pude disfrutar en Murcia de la gira especial por el 10º aniversario. Quique Gonzalez y la Aristocracia del barrio se llamaban por aquel entonces. Invitados especiales como Rebeca Jiménez y Carlos Raya estuvieron arriba del escenario compartiendo grandes canciones con los pocos que estábamos allí.

Después del concierto, Quique y el resto se dejaron fotografiar, hacer preguntas y demás cuestiones que queríamos los incansables (o borrachos) que deambulábamos todavía por la sala, menos mal que el señor A. supo echarme un capote frente a mi seria continencia verbal.

Mañana repito. Sí. Tengo ganas, muchas. El lugar no es el mismo, por supuesto. Ni la banda, ni la ciudad, ni las canciones, ni la gente con la que voy y seguramente que Quique ya se esté acostumbrando a la fama y a ser archiconocido (de ahí la millonada de las entradas) Pero... hay algo que me empuja a ir siempre que pueda a un concierto suyo.


Y quiero, otra copa, otro abrazo, otra salvación en medio de mi naufragio lingüístico y otras muchas fotos.







" Subo la montaña, que se oculta tras el vuelo de tu falda..."