miércoles, 8 de junio de 2011

Al borde del abismo veraniego.

Despierta, pequeñita, es junio. Has estado durmiendo todo el invierno, esperando. Las escuelas cierran y las terrazas abren. Ya puedes ir descalza y pintarte las uñas de ese color que tanto te gusta, el rojo. La gente se echa a la calle con la necesidad imperiosa de buscar el calor y la compañía. ¿No los oyes? Son días de decir hasta luego, de cerrar libros y ciclos, y de soñar con un verano maravilloso.

"Este va a ser el mejor verano de toda mi vida" nos prometemos algunos, cerrando con fuerza los ojos hasta casi hacernos daño y ver estrellitas de colores.
Cuando hago esto, casi siempre, me imagino en un cadillac descapotable, como las mujeres de las películas antiguas, con un pañuelo de lunares en la cabeza, los labios rojos y unas gafas de pasta negra y el viento despeinando mis rizos. Recorriendo carreteras secundarias. Siendo tu compañera de viaje.


Volverá, volveréis y volverán las tardes interminables de piscina y cerveza, las siestas en el sofá de casa de mis abuelos, el cine de verano, los banquetes nocturnos, las copas cualquier día de la semana y las pelis a altas horas de la madrugada, y quién sabe si algún beso robado en un rincón de una calle cualquiera.

Una huída hacia delante. Esa era la teoría en septiembre del año pasado. Suspenso. Intentaremos probar suerte otra vez. Mientras, cuatro meses por delante para disfrutar y olvidar, pensar y recapacitar, ver errores e intentar repararlos.

Estoy convencida. Volverás tu también. Lo sé. Y si no... me iré a vivir al Himalaya.

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