jueves, 17 de febrero de 2011

¿Recuerdas cuando éramos niños y creíamos en los cuentos de hadas?

¿Aquella fantasía de cómo sería tu vida?

Ya sabes, lo de el príncipe azul, ese que te llevará a un castillo en medio del monte. Ser felices y comer perdices.

Te acostabas por las noches, cerrabas los ojos y tenías una fe absoluta.

Los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, el príncipe azul, estaban tan cerca que les podías sentir, tocar, oler...

Pero, poco a poco creces y, un día, abres los ojos y el cuento de hadas desaparece. ¡Chas! Se esfuma bajo una cortina de humo.

Cuando somo mayores la mayoría de la gente acudimos a las cosas y a las personas en quien podemos confiar. Lo que ocurre es que es difícil (mucho, creéme) dejar totalmente a un lado ese cuento de hadas.
Porque casi todo el mundo, todavía, tenemos ese pequeño gramo de ilusión, de fe, de que algún día abriremos los ojos y todo se hará realidad.



Al final del día, por la noche sobre todo, la fe es algo curiosa. Como un misterio. Se presenta cuando menos te la esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que el cuento de hadas puede ser un poco diferente de lo esperado. El castillo, bueno, puede no ser un castillo, y no es tan importante ser felices y comer perdices para siempre. Solo que seas feliz en este momento.

A veces, cada cierto tiempo. O, una vez cada luna llena. O, una vez en tu vida, la gente te sorprende...


Pero hay veces, escasísimas eso sí, en las que la gente puede sorprenderte hasta tal punto de dejarte sin respiración...




-A.Grey-

No hay comentarios:

Publicar un comentario