martes, 9 de noviembre de 2010

Reencuentros.

Apenas quedaban 10 minutos para la hora acordada. Ella, nerviosa, terminaba de pintarse de rojo los labios.
No paraba de mirar el móvil. Una llamada perdida. Era la hora.

Habían pasado meses desde la última vez que se vieron. ¿Cuatro?, ¿cinco?, ¿nueve? Tal vez demasiados, pero en aquel momento no importaba.

Subió al coche. Conocía ese olor a la perfección, muchas noches lo había recordado dando vueltas entre las sábanas. Una sonrisa vergonzosa. Un beso tímido en la mejilla.

- Sabes, te he echado de menos en todo este tiempo.
- Has cambiado, aunque te sienta bien.


Abrió la ventana. Brillaban las estrellas pero había llovido y el olor a humedad inundó todo el espacio. Y le entró un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Él, mientras tanto, conducía y cantaba una canción de Sabina.

- ¿Dónde vamos, nena?
- Llévame al sitio de siempre. Me gusta vernos allí. Ya lo sabes.

Se sentaron en la barra, nada había cambiado y eso a ella le encantaba. Se sentía cómoda en aquel lugar. Y por fin, se miraron a los ojos.

Hablaron. Él, ya no vivía en el mismo sitio, apenas escuchaba a los de siempre, había empezado una nueva vida, pero seguía teniendo la misma luz en los ojos, seguía moviéndose sin parar. Ella, con el pelo más largo y más rizado, seguía necesitando que le dieran conversación, seguía sin gustarle el chocolate negro que ponían. Sonreía.

La flor de su pelo, se le caía. Él como si de algo frágil se tratara la colocó de nuevo. Una leve e inocente caricia.

En aquel momento, le invadió una sensación extraña. Felicidad. La sentía moverse, revoltosa, por todas sus entrañas. Cerró los ojos un segundo y quiso quedarse en aquel lugar, mucho tiempo.

- ¿Te apetece otra copa? Esta la pago yo.
- Contigo, siempre.

Siguieron hablando. Risas. Otra copa. Más risas. Complicidad. Así se pasaron horas. Él miró un momento la hora, las 4.00. Hora de marcharse. Cerraban.

Se cogieron de la mano. Respiraron el aire helado de diciembre e iniciaron el camino de vuelta. Esta vez cantaban los dos, a voces.

- Da una vuelta más, por favor. No quiero volver a casa.

" Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido..." Les gustaba. Disfrutaron de esa y de otras cinco o seis. O diez. Apenas hablaban, sólo se miraban. Sobraban las palabras.

- Prométeme, que la próxima vez que te vea vas a seguir siendo así.
- Prometido.
- ¿Aunque pase mucho tiempo?
- Sí. Seguiré igual.
- Tú y yo, ¿Vale?
- Sí. Tú y yo. Te quiero.

Se bajó del coche y cerró la puerta. La función había terminado.
Tenía la extraña sensación de que no iban a volver a verse en mucho tiempo (otra vez). O, quizá, nunca más...

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